Le tenía miedo al rechazo colectivo... A la burla despiadada, a la crítica chaquetera. Por eso me pongo el parche de entrada. Sólo quiero levantar la voz. Aguda y penetrante, como dice un amigo por ahí... Perturbadoramente anárquica, como dice otro...
Quisiera mandarme un manifiesto como el de Virginie Despentes: "Escribo para las putas, para los olvidados, los que fueron a parar a la cárcel". Aunque en realidad, preferiría decir que escribo sólo para mí y esa manga de idiotas narcisistas que me acompaña en cada viaje.
Vivir se hace un episodio engorroso y explicarlo, aún más. No libera fantasmas, ni manifiesta opciones. Es sólo el pajeo constante de quien elige gastar su tiempo en sí mismo. Al menos eso pasa conmigo. Entre emborracharme, drogarme o estirar las manos, elijo escribir. Si es drogada o borracha, también.
No le temo al desnudo, tengo algo de exhibicionista aunque prefiero el voyeurismo.

Tengo la mezcla del que escucha a Sepultura, Siniestro Total, los Angeles Negros y Spinetta. Soy punk, tan punk como Syd y Nancy, tan punk como Joe Ramone e Ida María. Y tengo el culo grande... Bien grande.

Cuando era chica, me molestaban en el colegio y me daba vergüenza. Este país de mierda siempre te acompleja. Pero tuve la suerte de crecer lejos de esta cárcel de cordillera y mar. Y me dí cuenta que mi culo vale más que las propinas de Farkas. Y lo disfruto tanto como pertenecer al mundo real y cibernético al mismo tiempo, tanto como tomarme fotos con mis hijas o comer papas a la huancaína.

Ahhh y me enamoro de cosas simples. Me enamora una sopa rica, una sonrisa, unos ojos brillantes, una buena charla, un paseo.... Ah y la música! la música es mi vida. Quiero alguien que me contenga y no alguien que me mantenga.

Tengo mucha suerte, soy bipolar. Hoy quiero tener un blog, mañana no tengo idea.

¿Vamos a cazar fantasmas, recuerdos percudidos y añoranzas épicas? Si se frena el Tagadá, la tarde se vuelve gris... Vamos por ese vértigo!!!

jueves, 30 de mayo de 2013

HIPO

Catalina estaba enamorada como una quinceañera de Federico, un argentino encantador que se merecía cada uno de sus suspiros. Pero ella no era buena para el amor. Ya se lo había dicho una bruja, un adivino y más de algún chanta que le vendió la pomada de mentalista y no hizo más que aumentar sus suspiros a cambio de unas lukas. Algunos piensan que fue uno de ellos, al que no quiso pagarle por mentiroso, quien la embrujó impidiéndole amar, como pasa en los cuentos. Para colmo, el desgraciado no la convirtió en sapo ni la encerró en una torre... la maldijo con el más tortuoso e interminable de los hipos. A sus casi 30 años, jamás, ni por un minuto, Catalina había pensado en amar de verdad y, por ende, no había tenido problemas con el maldito conjuro. Pero, pobrecita!!! esta vez, sufría de una terrible bendición: Federico era el hombre de su vida. Y mientras más intentaba encantar a su novio con frases de calendario, estractos de poemas célebres o alguna idiotez sentimentaloide -de esas que se sacan del bolsillo por arte de magia en el preludio de un polvo-, cada vez que abría la boca... un hipo insoportable convertía su coloquio en un pícaro martirio. Al comienzo Federico no entendía por qué, cada vez que le decía algo lindo a su novia, a ella le venía el hipo. Y Catalina, tiritona Catalina, se demoró tres meses en entender por qué su pecho saltaba tanto cuando de amor de trataba. Por suerte, se dio cuenta de su embrujo luego de tardes enteras tomando agua de a sorbitos y conteniendo la respiración. Era una noche hermosa de diciembre, Federico venía llegando de un viaje que los mantuvo separados durante varios días. Y justo cuando le entregó un precioso anillo de compromiso y le pidió que se casaran, a ella le vino el más fuerte de sus ataques de hipo, que en cada suspiro, la levantaba hasta cuatro centímetros del suelo. Para hacerlo menos heavy, su enamorado, que ya parecía entender de dónde venía el problema, le regaló el anillo con un collar de plata "cuélgalo aquí hasta que estés segura'', le dijo mientras ella daba saltitos sobre la cama mirándolo a los ojos. En las reuniones de amigos, el hipo de Catalina era todo un tema. Algunos apostaban a que ella no amaba a Federico, otros aseguraban haberla visto llorar en más de una ocasión, con el hipo a flor de labios, por culpa de este tremendo amor. Ella casi ni hablaba, no podía. Ya le dolía el pecho de tanto amar y amar a Federico. Y como el también la adoraba, no le quedó otra cosa que planear solo casamiento, luna de miel, alquiler de casa nueva y hasta elegir a la mascota. Catalina lo acompañaba, pero sólo era capaz de mover la cabeza cuando algo no le gustaba. "No se preocupe, nadie se muere de hipo'', le dijo el doctor luego de hacerle un montón de exámenes en el hospital de Talca que, por cierto, no le sirvieron para nada. "Ay mijita!!! a tu tata le pasaba lo mismo'', le dijo su abuela justo cuando cumplía seis meses de noviazgo y faltaban días para el casamiento.Y bueno, esa frase fue un consuelo porque sus abuelos vivieron cincuenta años de feliz matrimonio, aunque él nunca dijo nada. Dos días antes de la celebración, a Federico le vino el miedo. Habían sido seis meses de romance sin que ella dijera absolutamente nada. A estas alturas, se había convertido en una maestra en el arte de las señas, los sonidos guturales y los movimientos de párpados. Sin embargo, esta vez tenía que sacar el habla El le pedía, le rogaba, que dijera algo, que le diera ánimo y que le demostrara con palabras cuánto era en verdad lo que lo amaba. Pero ella no podía, y con los nervios, más encima, el hipo le provocaba contorsiones increíbles que sólo podía calmar con un fuerte apretón de brazos. Sus amigos estaban nerviosos, nadie se atrevía a asegurar que Catalina y Federico pudieran lograrlo. Y ya no lo estaban pasando tan bien. Pero ella lo amaba. Quizás por eso, logró a saltitos, aunque de manera casi ilegible, escribirle un mensaje en una servilleta, a más de 200 kilómetros de distancia de su casa, (porque mientras más lejos estaba de él, su hipo era más suave). Gracias a este, fueron tan felices como en los cuentos: "No esperes sólo palabras. A veces, ellas no son más que cuchillos que se clavan en tu espalda dejando heridas imborrables. No les creas. Pérfidas y farsantes, ellas son sólo el don de profesionales de la lengua. Yo no te las puedo dar, por más que quiera. A cambio, te ofrezco las contorsiones de toda mi humanidad, mi esqueleto, mis pulmones y mis entrañas, que tiemblan de solo pensar en tu existencia. Y aunque a veces eso no te basta, porque quieres que endulce tu cuerpo con caricias de lengua y labios, sólo puedo asegurarte que tu amor es la más dulce de mis condenas''.