Tengo un amigo que una vez se quedó atrapado en un mall por pegarse un polvo en el baño con una pololita. Tengo otro al que lo encarceló una burda planificación y le tiene más miedo a la improvisación que al compromiso. Tengo una amiga que no se parece a mí en absolutamente nada. Su mayor talento es bailar regetón y es más simpática de lo que yo seré en toda la vida y en mis próximas ocho reencarnaciones. Pero dentro de toda esa extraña fauna de personajes que me rodean tengo una amiga muy especial.
Mi amiga “Y” come sólo galletas, toma bebidas energizantes y ginger ale. No cocina, jamás sería lesbiana porque le gustan los hombres más que el pan con queso y las Fraks de chocolate. Tiene un gato que tiene facebook y que lo siguen como 3 mil personas en el mundo. Colecciona vinilos de sus bandas favoritas y ha dado la vida en conseguir cada una de las firmas de sus artistas en ellos.
La conocí en el recital de Tricky. Y en eso somos distintas. Yo disfruto con cerrar los ojos y bailar durante dos horas, no me importa si veo o no veo el escenario. Ella es de las que disfrutan la primera fila. Y es que muchas veces conocer al músico me hizo detestar sus sonidos o pedirles más de lo que pueden dar… Aunque ese día fuimos dos gruppies con mucho que recordar.
Una vez fui a un concierto en el MOMA. Pearl Jam entre pinturas contemporáneas. Y un amigo me decía que Los conciertos en NY están hechos para un determinado tipo de personas, una clase ilustre de seres que nunca tickea correctamente su pasaje, que jamás encuentra habitación en los hoteles o la encuentra, pero después de recorrer calles y calles y calles bajo una llovizna leve.
Para asistir a un concierto, sea Pearl Jam, Luis Miguel, Smashing Pumpkins, fother Muckers, Calle 13 o la big band que se para una estación del metro, hay que tener los oídos entrenados para escuchar el murmullo de los otros miles de seres que también han llegado hasta ahí a los tropezones, mientras la noche cae a horcajadas y los rectos, los honrados, duermen el sueño de los justos en sus casitas de miles dólares con baño, sala de estar, shower door y un horrible felpudo que dice welcome o benvenu u otra estupidez.
Un recital en Santiago, NY, París, México o Beiruth está hecho para los desadaptados, los extranjeros y los apátridas. Por eso es que viajan en romería, en fila india-india, ojalá saltándose los controles de seguridad, ojalá portando material ilícito, porros que exhudan el santo vaho, el tufo comunitario, el verdadero signo patrio de esas huestes sin dios ni ley.
Una noche en NY es igual que una noche en Curarrehue, Gstaad, Siberia o Tumbuctú. Es el mismo cielo estrellado o nublado, la misma penitencia vital, el mismo ejercicio pulmonar, inhala-exhala, bota y asume. Lo original eres tú, que podría llevar en alguna parte de tu sistema nervioso central un poco de NY o Ñuñoa o las ruinas de Tehotihuacan en el iris de los ojos a traves de los cuales miras esta y todas las noches de esta vida sin tickets ni vallas de seguridad, que a veces te sorprende y otras no. Y otras sí.